¿Nunca Más?
El texto que leerán a continuación es la fiel transcripción de unos folios encontrados en un depósito abandonado de un antiguo estudio de cine en la ciudad de Los Angeles. Dicho estudio pertenecía a un tal Terry Lambert, un cineasta independiente, hace 45 años aproximadamente. La carpeta que contenía los folios mostraba una simple nota al pie que rezaba «Si logro demostrar que esto es cierto, y lo llevo al cine será mi gran obra maestra. 07/28/64». Lambert murió al caer de un trampolín a una piscina vacía 9 meses después. Los folios originales no tenían fecha ni firma.
«Ya no sé, sinceramente, qué artilugio utilizó el grandísimo pelmazo éste para meterme en esta farsa. Primero me dice que todo va perfecto, que los productores están que saltan en un solo pie y dieron el dinero que faltaba, que no me preocupe por nada más que por seguir escribiendo la historia. Pues la bendita historia parece de nunca acabar; me ha cambiado papeles más de 15 veces diciéndome que hay palabras que no entiende, que quiere que sea simple, que ante todo el suspenso, ¡el suspenso! El hombre está loco, no hay duda. Corrijo lo que le da la gana, se lo entrego y todo lo desbarata. Ya he cambiado el título once veces, ahora se llamará “¡Nunca Más!” No han hecho tomas de la primera escena que se apegue al guión original, ni mucho menos al guión improvisado; todo es la improvisación de la improvisación. Y, aun así, el muy imbécil nunca quita esa sonrisota de la cara, ese bigotico fino, esas cejas levantadas… ¡lo mataré al primer descuido!».
«Me he convertido en uno de mis personajes. Ya no entiendo nada de lo que me rodea y solo veo una salida: la muerte».
«¿Podrán creer que el tipo osó pedirme que me quitara mi bigote y me cortara el pelo? Sólo porque desafortunadamente a quien realmente quería revivir era a mi contemporáneo y buen par, Baudelaire; pero para eso tendría que haber viajado hasta París y como el desgraciado no tiene en qué caerse muerto…, el asco que me da».
«He perdido el apetito desde la semana pasada; me duele el estómago como si brasas ardieran y quisieran revotarse y ver la luz a través de mi boca. Si tuviera sentido anotaría esa línea. Viéndolo bien, hace mucho tiempo que no escribo algo que no sea para este idiota».
«Esto no es un lugar de trabajo, esto es un circo sin carpa, un depósito de chatarra. Esas condenadas luces se apagan cada cinco minutos, la utilería es un desastre, el óxido y la humedad nos corroen. Cada vez que compra algo para alguna grabación es algo usado y listo para una reparación o para echarse a la basura. Pero según él todo sirve. Lo único que está en buen estado es su silla de Director, como si él supiera lo que eso significa, y no es que yo lo sepa del todo, pero si algo sé es que él no lo es».
«Maldigo el día en el que caí en esta pocilga. Pensé hace mucho que todo había acabado para mí, y fui tan feliz. Ahora vivo esta vida miserable… Oh, Annie, mi Annabel Lee; el par de cosas que quisiera volver a ver, esos ojos que deslumbraron mucho más que mis noches como si se tratara de faros distantes que me guiaban hacia donde pronto habríamos de encontrarnos. Pensé que la muerte nos uniría y como en todo también me equivoqué».
«Necesito un trago, pero por alguna razón Eduardo puso el alcohol bajo llave para que yo no pueda beber. A los demás les brinda la botella como quien brinda abrazos en un encuentro familiar. Malnacido. Se puso histérico al ver cómo tomé la botella la primera vez. Por poco se echa a llorar mientras escondía la botella diciéndome que jamás se me ocurriera tomar una sola gota de alcohol si pensaba trabajar para él. ¡Ja! Juro que seré un digno asesino. El trabajo más limpio que hecho; será como escribir una de mis historias de nuevo».
«Una semana más y es hombre muerto. La otra noche llegó pasadas las dos de la madrugada; finalmente encontré una botella con medio trago de whisky, me quedé dormido en su silla y lo siguiente que sentí fue una brutal bofetada que me lanzó al suelo. Le grité si estaba loco, me dijo: “¿loco?, ¡quién es el lunático y borracho que está durmiendo en mi silla de Director!” Tardé un par de segundos en darme cuenta que el muy enfermo estaba vestido con ropa de dama; luego, vomité como nunca sobre sus zapatos de tacón. Después de una absurda pelea revolcándonos en el suelo del estudio nos agotamos y nos pusimos a conversar. Le pregunté a qué venía esa vestimenta, me dijo que ese era el verdadero Eduardo. No supe qué decir, no supe qué pensar, era la primera vez que era testigo de tal abominación. Me dijo que era una larga historia y que no pensaba contarla, que tampoco esperaba que lo entendiera, él era Ed. Wood, y así debía ser. Le pregunté por qué me había invocado al mundo de los vivos siendo yo tan feliz en el de los muertos con mi amada. Me dijo que necesitaba hacer su obra maestra y la única manera de lograrlo era consiguiendo al mejor escritor de historias de suspenso y terror que había existido, y ese era yo, Edgar Allan Poe. Sólo entonces se retractó en cuanto a lo de Baudelaire».
«He intentado varias veces sacarle información sobre cómo había logrado revivirme. Por fin hoy, sin yo pronunciar palabra, Eduardo me lanzó una de sus miradas con aquella ceja levantada, sacó una tarjeta que decía “Dr. Strangelove”, me la metió en el bolsillo y me dijo que me pusiera a escribir».
«Lo he vuelto a ver vestido como mujer unas cinco veces más, ha dirigido dos escenas así. Sin embargo, no creo que se logre hacer la película, cada vez que se hace una escena sucede lo mismo: él improvisando y los actores sin tener la menor idea de lo que deben hacer, mientras yo observo sin entender nada».
«De alguna forma me siento afortunado de poder ser testigo de esta maravilla que llaman cine. Jamás imaginé que algo así fuera posible, jamás pensé que mis historias inspirarían a gente como Eduardo. Le pregunté si realmente era yo su fuente de inspiración y me dijo que ni lo dudara, y que siguiera escribiendo».
«Nunca antes me había sentido más fracasado y miserable. Francamente, ya ni sé lo que escribo. Por eso siento que debo dejar un testimonio de lo que sucede estos días: Eduardo se sienta en su silla de Director y es como si entrara en otro mundo, como si fuera un comedor de opio, ve cosas donde no hay nada, dirige escenas sin actores. Ayer, Jim, el barrendero limpiaba el polvo de una escena y Eduardo empezó a dar órdenes, “¡Corte!, ¡así no, pon más emoción, alarga tus garras y abre más los ojos!, ¡así, así, es perfecto, me causas terror, nena, terror! ¡Se imprime! ¡Bravo! Al fin una buena escena, maldición”».
«Eduardo no dirige películas, las imagina. Y lo entiendo, todos lo entienden, por eso nadie dice nada. Es lo mismo que nos sucede a nosotros, los poetas, no vemos el mundo, lo imaginamos. Yo viví en un mundo que no era el mío y sólo desperté con la muerte de mi bella Annie».
«Le acabo de preguntar a Eduardo si es posible hacer que Annie regrese a la vida también, si ese tal “Dr. Strangelove” de hecho existe, pero antes de que pudiera seguir me interrumpió: “Annie, ¿quién es Annie?”. “Annabel Lee, el amor de mi vida”, le dije. “¿El amor de tu vida, dices?, ¿no te refieres a Virginia Clemm?” Pueden imaginar la sorpresa que me llevé. ¡No sé quién diablos es esa Virginia Clemm!».
«¿Virginia? ¿Virginia Clemm? El nombre me puede empezar a parecer familiar pero no lo reconozco, no tiene rostro, el único rostro en mi cabeza es el de la bella Annie, mi Annabel Lee».
«Le he vuelto a preguntar a Eduardo por la tal Virginia y el idiota sacó un libro de historia para mostrarme una foto de mi bella Annie asegurando que se trataba de Virginia. Empiezo a perder de nuevo la paciencia».
«No he vuelto a ver a Eduardo vestido de hombre. Ahora es una mujer rubia, en tacones, con un fino bigote negro bajo sus narices. Estoy empezando a beber más seguido, tengo un excelente escondite».
«Esta es la última hoja de papel que me queda. Me largo de este hueco. Eduardo lleva dos semanas sin mostrar la cara por el estudio. Dicen que se cansó de las películas de terror. Me he propuesto encontrar al Dr. Strangelove. Ya he conseguido trabajo en una granja a las afueras de la ciudad, he visto que vuelan hermosos cuervos a sus alrededores. Ahora sí, hasta nunca».
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