Ciudadano del olvido


El olvido de su cera despegada
De su cera de viajeros recuerdos siguiendo pasos
En su cera de eco allí se queda
Vicente Huidobro

De las numerosas ocasiones en las que he sentido ser el personaje de un cuento o de un raro poema en prosa, nunca me he sentido tan ajeno a mi realidad como cuando hablé con ella. Lo recuerdo como los detalles de las lecturas de mi adolescencia, como una pincelada de la memoria que cambia de color ante la luz y que se dobla —o se doblega— ante el suplicio de mi intento por recordar. Aunque en mí quedaron las marcas con las que quise ofrecerme en sacrificio cuando, años después, supe de su muerte, aún me atrevo a pensar que tal vez se trate en verdad del recuerdo de alguna vaga lectura, de una historia de amor en un paisaje checo entre tanques de guerra y desolación, entre armas y flores. 

Este es el tránsito de mi vida desde entonces. Viajo en el tiempo diariamente, viajo en las preguntas, en las palabras que no se pronuncian, en el ardor helado del fuego. He marcado así mis pasos entre dos mundos enamorados mutuamente, he caminado por sus besos y he evitado ser aplastado por sus caricias. ¿Sabían que la realidad y la ficción son amantes? Yo he sido testigo y cómplice de su amor. En parte, ellos lo han sido del mío. De eso estoy seguro. De no ser así jamás habría salido aquella tarde de una habitación que ocupé por más de dieciséis años, creyendo que me iba a enfrentar nuevamente a la realidad y apareció ella como un personaje de novela para hacer que mis músculos de cuento o de poema temblaran ante sus ojos luminosos y absortos; separó sus labios con el chasquido de las páginas nuevas y me preguntó si estaba dispuesto a matar el análisis antes de que el análisis matara al amor. Me dijo que el análisis es el ariete del amor y que ella no estaba dispuesta a declarar ninguna guerra. Nunca supe responder. Aún busco en mi biblioteca el origen de aquellas palabras, aún dudo de la realidad de aquel momento porque no encuentro el verso o la página de la que proviene. 

Quisiera piedad por parte del autor de mi historia, de aquél que escribe esta vida y me mantiene confundido entre estos dos mundos. Quisiera el fin de este suplicio, que el eco acalle finalmente. Que lo real o lo ficticio sea claro por primera vez y yo pueda pasar al otro mundo para convertirme en un ciudadano del olvido.

Imagen: Self-portrait
Francis Bacon, 1958.

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