El jardín sin los senderos que se bifurcan


Arribo al parque a la misma hora de siempre y me siento en una de las bancas que coronan el jardín central. En el otro extremo está la misma pareja de siempre en lo que me gusta llamar la cumbre de una pobre educación sentimental. Escuchan baladas de rock de los ochentas, de cuyo sonido desconozco la procedencia, y se besan por largos minutos en una coreografía, siempre idéntica, que los va acercando cada vez más hasta que ella se posa parcialmente sobre él con una de sus piernas levantadas sobre el abdomen para que nadie vea dónde coloca sus manos. A decir verdad, me deleito viéndolos y se me pasa rápido el tiempo que espero para hacer mi pequeña compra.

De regreso a mi casa imagino cómo se sentirá el tipito aquél con esa muchacha de cabello tan abundante metiéndole a su vez la lengua en la boca y la mano en la entrepierna. No hallo la forma de valorar si será mejor eso o lo que llevo en el bolsillo, qué me haría más feliz. ¿Qué los hace felices? Por momentos quisiera regresar al parque para preguntarles, sentarme junto a ellos y que me digan qué es lo que sienten, que me pregunten qué siento yo cuando consumo, que ella meta su lengua en mi boca solamente para probar, para estar seguro de que mi curiosidad vale la pena. Pero siempre sigo mi camino.

Al día siguiente regreso al parque y allí están en la misma banca. Entonces me voy acercando poco a poco hasta que notan mi presencia. Ella se arregla el pelo y cruza las piernas. Me quedo de pie casi frente a ellos y me miran entonces fijamente. Lo que sigue ya lo saben ustedes; todos. No sé si soy un degenerado por lo que hice, yo no los toqué, me toqué como lo hago siempre que los veo, solo que está vez ellos me veían a mí. 

Yo en realidad sé muy poco de todo. Creo que justamente por eso estoy aquí, porque no sé nada de nada. Porque no me importa. Además, qué puede tener de malo lo que hice si lo disfruté; qué tiene de malo estar aquí si lo disfruto tanto. Por más que insistan no me voy a ir. Me gusta la compañía de ustedes. Me gusta este lugar y me vienen bien unos días más de encierro.

Fotografía: Lone figure in woods at Muir Park
Burt Glinn, 1975.

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