La Sinfuego


Claro que sé que debo cambiarlo, le dije. Pero ella seguía mirando a los perros del parque. Volví a leerlo mentalmente y todo me parecía perfecto. Cómo no podía pensar ella lo mismo. Ahí estaba todo, las metáforas, el ritmo y hasta la creación de nuevas palabras. Sinfuego, la Sinfuego llamaba el sujeto del poema a la mujer amada, y pues así se llamaba el poema. Me parecía perfecto, me parecía un gran poema, pero Lina seguía torciendo la boca sin mirarme y yo lo leía mentalmente otra vez.

La acompañé hasta su casa sintiéndome culpable de haberle hecho perder el tiempo. Entre ella y yo iba su perro Frisco con la lengua afuera, con cara de idiota feliz. El parque queda a dos cuadras de su casa, fueron dos cuadras que caminamos en completo silencio. Ella a veces se adelantaba unos pasos y yo sentía la cola de Frisco golpeando mi pierna a cada paso. No quería mirarla mucho pero como se adelantaba se me hacía imposible no hacerlo, iba con la cabeza más bien agachada, estirándose uno de sus rizos con ambas manos, luego veía sus hombros extremadamente delgados bajo la blusa y el jean que le quedaba un poco flojo por todas partes menos en las pantorrillas. A veces estiraba la mano y tocaba el lomo de Frisco, pero él iba pendiente de Lina que seguía caminando sin mirarnos a ninguno de los dos. En ese momento no sabía quién era más perro de los tres.

Cuando llegamos a la reja de su casa finalmente me miró y me dijo que bueno que nos vemos mañana en el colegio. Yo apenas alcancé a decirle que está bien. Cuando fui a decirle que gracias ella ya estaba cerrando la reja, de todas formas dije gracias pero tan bajito que solo debió escucharme Frisco.

Ya en mi casa volví a sacar el poema de mi bolsillo, digo que saco el poema que es lo que está escrito, pero lo que saco es una hoja ya arrugada que hace días arranqué de uno de mis cuadernos y en la que escribí un poema con el que pienso participar en el concurso de poesía del colegio. Quería que Lina lo escuchara primero para saber qué opinaba y porque lo escribí pensando en ella. Jamás pensé que se diera cuenta, no la menciono ni una sola vez, ni cometí ese error de novatos de comparar partes de su cara y su cuerpo con elementos de la naturaleza, esa etapa ya la superé. Y sin embargo creo que se dio cuenta. ¿Será por la forma en que lo leí? Ahora no sé qué pensar de este poema si a ella no le gustó, porque a mí me gusta mucho, y siento que puedo ganar el concurso con él.

La Sinfuego, esa es Lina, la que no quema del todo pero en mi mente arde todo el día. Así pienso cuando la pienso. Así traté de escribir mientras construía ese poema, porque los poemas no se hacen, se construyen, tampoco se crean, como pensarían muchos, eso es de novatos también. Construí el poema y creé mi versión interior de ella, por eso pensé que no levantaría sospechas, porque no hay nada exterior de Lina en ese poema, no hay nada real y visible de ella en esos doce versos, pero está la versión de ella que descansa dentro de mí, esa que sonrió y le brillaron los ojos cuando le leí lo que había construido; la otra, la que permaneció en silencio y se fue a casa sin mirarme, esa está en su casa chateando con Carolina o acariciando a Frisco mientras mira la tele. Mi versión de Lina es mil veces mejor porque es invisible y extrañamente mía.

No soy un fanático de la poesía amorosa, hace mucho que superé a Benedetti y a Jaime Sabines, ni hablar de Neruda que nunca me gustó realmente o nunca lo entendí, que es lo mismo. No hace mucho tiempo, en la biblioteca del colegio, encontré un libro de un tal Roberto Bolaño, La universidad desconocida, lo devoré en un día y empecé a buscar más cosas como las de él, entonces conocí a Enrique Lihn y a Nicanor Parra. Cómo me hubiera gustado que Nicanor Parra o Roberto Bolaño hubieran sido mis papás. Cómo no escribir buenos poemas siendo hijo de Nicanor Parra que negó la poesía misma para hacer que renaciera el poema. Eso es lo que traté de hacer con Lina, negarla en doce líneas con una mezcla de antipoesía, hermetismo, mística e ironía, para que ella renaciera en el poema. Pero también lo hice porque quiero ganar ese concurso de poesía, ya tengo quince años y es momento de empezar a demostrar de lo que estoy hecho, demostrarle a todo el colegio, a todas las muchachas que de pronto se van a enamorar de mí, a todos los muchachos que querrán ser mis amigos y que me invitarán a tomar una cerveza y a fumar a escondidas en el centro del pueblo, demostrarles que soy un poeta, un joven y precoz poeta, una joven promesa que pronto ganará fama y se irá a la capital a ganarse la vida reinventando mujeres en sus poemas.

Es lo que pienso mientras vuelvo a leer el poema, pero eso que pienso es difícil de poner en palabras, sería incapaz de decir algo así, soy incapaz de mirar a los ojos a la misma Lina, soy incapaz de retar a cualquiera de los niños de mi salón, nunca me atreveré a jugar fútbol con ellos, nunca podré ir a fumar y tomar cerveza sin sentir que se me paraliza antes el pecho. Y es verdad que soy muy cobarde, pero cuando leo y cuando escribo soy otro, el muchacho de quince años desaparece y viene Nicanor y posa su mano en mi hombro izquierdo, tiene que ser en el izquierdo, y Roberto se sienta a mi lado derecho, lo noto incómodo allí, me inunda en una bocanada de humo de su cigarrillo y me dice que soy su hijo, que eso que estoy haciendo no lo puede hacer nadie más y que se alegra de ver a un jovencito como yo haciendo esto, lanzándose al despeñadero con una sonrisa, porque él hizo lo mismo cuando tenía mi edad, porque él también tuvo miedo a todo pero escribió para alzar el mejor de los escudos contra el mundo. Fue así como escribí este poema que ahora vuelvo a leer, como si quisiera levantar un escudo. Porque a veces siento que me muero, cuando Lina me mira siento que me muero y algo debía hacer al respecto, entonces me la inventé de nuevo.

Sin embargo, no sé con exactitud cómo fue que empecé a escribir este poema, pero sé que lo llevaba adentro desde hace mucho tiempo y que cuando me lancé a escribirlo cada palabra parecía susurrarme la siguiente. Son innumerables los poemas que he leído hasta el momento y sé que me faltan innumerables más por leer el resto de mi vida, pero pareciera que todos pesan como el viento, que se van sin avisar y que solo a veces vuelven cuando estoy lo suficientemente triste o alegre. Yo quiero que mis poemas regresen cuando la gente que los ha leído los necesite, yo quiero que Lina recuerde este poema que acabo de leerle en el parque cuando lo necesite. Pero ahora dudo que lo haga, dudo que ella recuerde este poema si lo único que me dijo fue que debía cambiarlo. Le pregunté qué era lo que debía cambiar y ella dijo ¡todo!, que lo cambiara todo, que si es que no me daba cuenta, que si acaso no sabía que si quería ganar un concurso de poesía debía cambiar ese poema. Y yo le dije que claro que sabía que debía cambiarlo y lo leí de nuevo mentalmente mientras ella miraba a Frisco jugar con otros perros en el parque.

No sé cómo la convencí de que fuera al parque a escuchar este poema, no sé qué pensó ella que le iba a decir cuando la llamé a su casa y le pregunté qué estaba haciendo y me dijo que nada y le dije que fuera al parque un momento, que quería decirle y mostrarle algo. Me sorprendió verla allí, sentada en un pequeño muro de ladrillo, con la vista clavada en los perros corriendo por el parque, ignorando completamente que yo ya la estaba mirando a lo lejos y que me acercaba a ella. Cuando la saludé, Lina apenas giró la cabeza para regresarme el saludo, volvió la vista hacia los perros y me preguntó qué pasaba, que qué le iba a mostrar, pero lo dijo con fastidio, con la clara intención de hacerme saber que no quería estar allí, y que si estaba allí era porque me compadecía. Entonces no supe qué decirle y decidí sacar la hoja de mi bolsillo ya sin poder mirarla a ella pero sé que ella me miró de reojo en ese preciso instante. Le dije que había escrito un poema para el concurso del colegio y que quería que me diera su opinión. Me costó una eternidad decir esa frase y cuando por fin la dije ella se quedó en silencio y miró por un segundo la hoja en mis manos para luego apartar la mirada definitivamente hasta que nos despedimos en la reja de su casa unos minutos después. Leí el poema y ardí con cada letra, supongo que eso es lo que llaman vergüenza, pero yo estaba completamente seguro de lo que hacía, de que ese poema era perfecto y que ella al final reconocería que iba a ganar aquel concurso. Leí sin apasionamientos, incluso con algo de aburrimiento pues ya casi me lo sabía de memoria y pensaba que decía cosas que Lina no sería capaz de comprender, pero al mismo tiempo rogaba que las entendiera.

Por eso ella es la Sinfuego, la llama lenta y oculta, la daga de hielo que con solo pensarla me tiene desollado, porque sé que esa tarde en el parque ella entendió algo pero no me quiso dar a entender nada, lo único que me dejó en claro es que debía cambiar el poema si quería ganar el concurso. Pero yo no pienso cambiar este poema, no pienso cambiarle una sola letra ni destruirlo ni reescribirlo ni guardarlo, mucho menos voy a participar con él en ese concurso, porque Lina sabe que ese poema no tiene futuro. Lo que no sabe Lina, y yo tampoco sé con ninguna certeza, es que ese poema ya no es mío, ella sabe que es de ella y que tal vez más tarde, cuando esté lista para acostarse, en el instante preciso en que la va a asaltar el sueño recordará alguna de esas palabras con las que quise reinventarla y luego dormirá sonriendo.


Fotografía:
Larry Towell, 1991.

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