Brujas


En el momento en que se escucharon las sirenas todos supimos que el presidente había sido asesinado. Unos rezamos en silencio. Otros huyeron solo para caer más pronto en las barricadas y ser ajusticiados en las primeras Sentencias Divinas que fueron televisadas de forma obligatoria. El rezo nos duró poco pues pronto se hizo el silencio y ya no supimos a qué pertenecer.

Cuando se alzaron las banderas púrpuras cruzadas por las bandas rojas y la cruz dorada en el fondo supimos que estaba hecho. Ya nuestros hijos no eran nuestros e hicimos un enorme esfuerzo por no mirarlos con ternura ni con tristeza porque ese recuerdo les amargaría todo el resto de sus vidas. Eso en el caso de que Ellos les permitieran tener recuerdos.

Para entonces ya nos habían cortado las manos y nos habían marcado la cruz negra en la frente. Los hombres de largas túnicas pardas y la pirámide blanca en el pecho ya estaban sentados en los Tronos de Loor. Sus látigos serpenteaban entre sus manos y poco a poco iban despachando la orden que cada uno de nosotros más temía.

Luego vimos todo lo que quedaba. Desde lo alto de las murallas de la Ciudad Bendita, con nuestros torsos desnudos, amarrados con cadenas pasadas por brasas ardientes, frente a La Gran Imagen, una pantalla gigante que, según Ellos, era el Ojo de Dios, vimos a todas nuestras mujeres, una tras otra ser degolladas en el nombre de la Nueva Ley, a las embarazadas les extrajeron a navajazos las criaturas de sus vientres, juro que vi algunas ya llorando sin siquiera haber nacido, y a las ancianas las colgaron de los pies para sumergirlas en aceite hirviendo. Al fondo y a nuestros pies, en toda la ciudad, en todo el Nuevo País, una muchedumbre enardecida gritaba a una sola voz la palabra Bruja.


Fotografía: Moises Saman
AFGHANISTAN. Kabul. May 8, 2005.

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