Saber mucho de casi nada


Defenses down and you got me shakin'
You got me so that my nerves are breakin'.
I can´t control myself, Ramones.

¡No pasarán! ¡No pasarán! ¡No pasarán! Gritaba el bar entero y la batería mantenía el ritmo de marcha, la cerveza volaba sobre las cabezas de crestas y gorras y cabellos desordenados y torsos de mujeres desnudas, las luces se encendían y apagaban sobre el escenario, cambiaban de colores, iluminaban alternativamente a la gente del público y los gritos permanecían.

En medio de todos estaba David, un punk gordito buena gente de veintidós años que alzaba sus puños mientras caminaba en círculos, dando patadas al frente como si quisiera abrirse paso en el ciclón de seis tipos y una chica. La canción terminó en un estruendo de gritos de esas cien o ciento veinte personas que abarrotaban aquella noche el bar de Miguelito. David se abrazó con dos de los que estaban en la olla y se fue a la barra a reclamar otra cerveza. Mientras se preparaba la siguiente banda para subir a tocar, Joel soltó en los parlantes una clásica de Eskorbuto, pasan las horas, también tus minutos, este puede ser tu último segundo… ¡Oooh, oooh, ooooh! David echó un vistazo a la tarima mientras atacaba su cerveza y vio que se subían Pedro y Pepe con una chica a la batería. Ahora se va a poner bueno, pensó y caminó de vuelta a donde estaba la acción. ¡Oooh, oooh, ooooh, historia triste! A mitad de camino se abrazó con dos de sus amigos de cada viernes, Kendry y Dani, no se podía determinar cuál de los dos era más flaco ni cuál de los dos tenía más agujeros en la cara. A David le alcanzaban los brazos para abrazarlos a ambos al mismo tiempo. Derramó un poco de cerveza al suelo y los tres gritaron ¡por los muertos!

David se paró cerca a la tarima, terminó su cerveza de un solo trago, estrujó el vaso plástico y lo lanzó al suelo. La chica de la batería ajustaba el hi hat y marcaba el bombo a un solo tempo. David notó la falda muy corta que llevaba puesta y pudo ver los pelos en su entrepierna apenas oculta por la caja de la batería. Se le puso dura de inmediato. La chica tenía la cabeza rapada y tenía un ligero parecido a Sinead O’Connor en aquella primavera del 90. Pero esta chica tenía los ojos oscuros como un cuervo. Aun así, David ya estaba enamorado. Se abrió paso hacia donde estaba Pepe, lo saludó y le preguntó cómo iba. Pepe asintió mirando el afinador del pedal del bajo. David fue al grano: ¿cómo se llama la baterista?, está que se explota y se la comen las ratas de buena. Se llama Lucía pero llegaste tarde, cabrón, yo me la estoy follando, dijo Pepe sin siquiera levantar la mirada. David quiso escupir pero en cambio se tragó toda la saliva que venía acumulando y soltó una tímida maldición.

¡En la noche hay de todo, todo lo que quieras… para gastar! David se abrió paso entre el pogo de la gente que cantaba la canción que Joel no dejaba de poner cada noche. ¡Juerga!, dejando la noche. ¡Juerga!, los ardores. ¡Juerga es lo que quiero y no más preocupaciones! David eructó con tanta fuerza que se le aguaron los ojos y siguió caminando hacia los baños. Como era de esperar el baño estaba abarrotado, gente entraba y salía como cucarachas, había gente sentada en el suelo, unos dormidos, otros mirando el techo con los ojos brillantes, a mitad de camino entre la puerta del baño de hombres y la del baño de mujeres había un tipo besándose con una gorda que tenía los pantalones a las rodillas, con las cadenas y correas de cuero colgando inútiles, y la mano derecha del tipo se perdía entre esos muslos como si la estuviera apuñalando. David se quedó mirándolos más tiempo de lo normal y solamente reaccionó cuando Tarzán, un viejo conocido de todos en el bar, más gordo que él y con pelo y barba de vikingo, le pasó por un lado empujándolo: ¡te vas a hacer matar, cagón!, le gritó. David reaccionó y lo empujó de vuelta por la espalda pero Tarzán solamente se carcajeaba. Donde Miguelito todos son una sola familia.

David empujó la puerta del baño y sintió de inmediato la mezcla de olor a orina y vómito. Al fondo de aquel lugar había un flacucho halándose el pito y con la vista fija en ninguna parte. David fue directo al orinal y vio que en un rincón una rata se había ahogado en la orina. Meó durante poco más de un minuto, con la mente completamente en blanco, se sacudió, se abrochó el pantalón y se dio la vuelta para encontrar que el fideo onanista ahora estaba acostado en el suelo dormido o inconsciente.

David salió del baño y fue de directo a la barra otra vez para reclamar otra cerveza. En el camino no se cruzó con nadie conocido, sonaba una de los Ramones, una de las favoritas de David, Journey to the center of the mind, la canción que abre el penúltimo disco de la banda: Acid eaters. ¡Come along if you dare!, gritaba David atravesando el centro de la pista frente al escenario con su cerveza en la mano. La banda de Pedro, Pepe y Lucía estaba lista para tocar. Apagaron las luces del escenario y alguien puso una mano en el hombro de David, era Kendry, se miraron brevemente apenas reconociéndose por el brillo del sudor en sus caras, Kendry tomó la mano de David, le entregó la papeleta y se alejó sonriendo.

Cuando David sintió que le subía el vómito, la banda de Lucía estaba por terminar su toque, David no había parado de dar vueltas, de saltar y patear a su alrededor, pero ahora tenía la boca seca y sentía que algo iba mal. Miró al escenario y vio que Lucía también lo miraba y que con sus manos le pedía que subiera al escenario a comerle el coño, así de claro la veía, con sus piernas de anguila y sus pelos púbicos de medusa. Pero sus oídos se destaparon de repente y pudo escuchar los gritos a su alrededor: ¡oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao! Y el vómito volvió a agolparle la garganta, pero el remolino de gente lo empujaba hacia adelante y hacia atrás y lo pisaba y pateaba. ¡Oh guerrillero, me voy contigo porque me siento aquí morir! David sentía que se iba a morir ahogado en su propia inmundicia, pateado hasta la muerte bajo cien botas felices y rebosantes de antifascismo, moriría con una sonrisa en la cara y una estrella roja en la frente, ¡oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao!… ¡Esta es la historia de un guerrillero muerto por la libertad! El vómito era la libertad, David dijo adiós a las medusas en la entrepierna de Lucía y ella le dijo que iba con él, y la vio volar por encima de la multitud sin que el sonido de la batería se detuviera, David sonrió por un instante pero la náusea lo apremiaba. Corrió entre la multitud de crestas, correas, taches y banderas con Lucía escoltándolo, volando sobre su cabeza. De golpe tiró la puerta del baño y lanzó la cabeza hacia el primer inodoro que encontró. Sintió que de su boca brotaban todos sus chacras, los recuerdos de la infancia, los miedos y las risas, todo salió despedido de su boca como un alud de recuerdos llenos de miserias.

Cuando David pudo abrir nuevamente los ojos notó que algo brillaba y se movía en el fondo del fango que él mismo había vertido en el inodoro. La luz parpadeaba y poco a poco una rama fue levantándose, abriendo camino hacia la cara de David por fuera de los bordes de aquel cagadero. ¡Oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao!… Cava una fosa en la montaña a la sombra de una flor. David se echó para atrás lleno de precaución y la rama empezó a dividirse dejando a la vista un tallo que se engrosaba y que adquiría la firmeza de un árbol ancestral, de las ramas empezaron a brotas botones de flores que poco a poco se abrieron y cantaron ¡oi, oi, oi! Del centro del tallo empezó a crecer un botón mucho más grande que los otros y se abrió paso hasta llegar a un palmo del rostro de David, allí floreció y despidió un aliento terrible, pero David ni se inmutó. La flor era azul con surcos anaranjados, blancos y verdes. David supo que permanecía con la boca abierta cuando la flor lo atacó, se lanzó entre sus labios y empezó a succionar su lengua con lascivia. Aquella succión era el mejor beso que David recordara en toda su vida, sintió que su lengua se hinchaba, se endurecía y se relajaba como un órgano vivo, como un corazón palpitante. La flor continuó su faena con tal determinación que pronto David tuvo una tremenda erección; las otras flores pequeñas, que seguían cantando ¡oi, oi, oi!, bajaron el cierre del pantalón de David y dejaron libre su modesta animalidad recién despertada. ¿Qué era todo esto?, alcanzó a pensar David, pero no había manera de saber casi nada, y no había tregua en aquella locura pues en un movimiento feroz la inmensa flor azul trocó la lengua David por el curioso pistilo que se erguía en su entrepierna.

Bastaron treinta segundos para que David perdiera el conocimiento. Lo poco que recuerda es que sintió que era succionado por un agujero negro, que sus intestinos se vaciaban y eran llenados a su vez por algodón de azúcar, que le crecían otro par de brazos y un ojo en la frente, pero, más allá de eso, todo a su alrededor era vacío, una negrura como la de una garganta profunda. En ese estado permaneció no sabe cuánto tiempo. Y cuando sintió que estaba recobrando la conciencia lo primero que escuchó fue un coro que gritaba ¡no pasarán!, ¡no pasarán!, ¡no pasarán! Y se puso de pie para volver a la barra a buscar otra cerveza.

Fotografía: Punks at an Adam and The Ants gig at the Roxy Club.
GB. London
Peter Marlow 1978.

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