Lolita


Cuando estoy en la calle soy Dolores, pero cada vez que estoy frente a este espejo soy Lolita.

Soy Lolita en el grueso delineador de mis ojos, en la excesiva sombra tricolor de tonos frutales que cubre mis párpados hasta el borde inferior de mis cejas, en el piercing de mi nariz con el falso diamante, en mis labios rosados delineados con magenta, en la escarcha que me empapa el rostro y me hace brillar.

Así es como él me llamó aquella vez, hace tanto tiempo. Él fue el único que tuvo las agallas de llevarme a su casa; todos lo vieron, todos nos vieron, yo vi las caras de asombro de sus vecinos mientras me bajaba del carro y él me tomaba de la mano y, luego, unos pasos antes de llegar a la puerta de entrada, me rodeó la cintura con su brazo y al abrir la puerta me dio una nalgada.

Soy Lolita bajo este abundante cabello rubio que me llega hasta la mitad de la espalda y que sé que atrapa todas las miradas.

Lo primero que me dijo es que yo era una bomba y que debía pensar seriamente en hacer de mi cuerpo una carrera. Sirvió vino tinto en un par de copas y siguió hablando de todas las cosas maravillosas que yo sería capaz de hacer gracias a mi belleza. Me dijo que bastarían unos pocos cambios para poder empezar y que lo más importante era iniciar por el nombre.

Soy Lolita cuando me toco los senos y confirmo que son grandes y firmes; ni yo misma me canso de verlos pues soy una amante de todo lo voluptuoso.

Me dijo que el nombre podía ser algo teatral, un personaje que yo creara, o que me creara a mí, una máscara tras la que pudiera hacer todo lo que quisiera. Me dijo algunos de sus favoritos: Nina, Marion, Anne. Me miró a los ojos, caminó lentamente y se sentó a mi lado, acarició mi pecho sin sobresaltos y susurró a mi oído que ninguno me quedaba bien.

Soy Lolita cada vez que subo a mis tacones de aguja y noto cómo mis nalgas se endurecen involuntariamente.

Me dijo que era muy joven y que eso era bueno pues había mucho que aprender. Me dijo que tendría que soportar mucho dolor de ahora en adelante. Y su mente se iluminó, sus ojos se cerraron y me dijo «Dolores».

Soy Lolita porque siento que llevo una llama por dentro que pocos pueden apagar.

Dolores será tu nombre, me dijo. Lola, Lolita. Y fue entonces cuando puso su mano en mi muslo por primera vez y me besó el cuello. Lolita, Lo…, decía en pequeños susurros junto a mi oreja. Cómo no se me ocurrió antes, Lolita, decía. Tienes todo lo que necesita ese nombre y ese nombre te dará todo lo que necesites, me dijo, mientras llevaba su mano, firme, hacia mi entrepierna.

Soy Lolita aunque ese no sea mi verdadero nombre. Soy Lolita cada vez que estoy frente a este espejo.

A cualquiera le hubiera parecido una locura pero yo me desvestí al instante y me entregué sin siquiera pensarlo. Tenía catorce años y me sentía sola, sentía que por primera vez en la vida alguien se fijaba en mí, por primera vez lograba hacer algo que yo quería, algo que mi cuerpo pedía con desesperación y con tanto miedo.

Allí nací de nuevo, en el sofá de esa sala, junto a él, abrazándome por la espalda, golpeando rítmicamente su cadera contra la mía. Lo supe allí mismo, lo supe y lo acepté sin reparos cuando me dijo que me olvidara para siempre de que alguna vez me había llamado Antonio.

Soy Lolita porque quiero.

Fotografía: Brasilian transsexual at home. 1980.
Ferdinando Scianna

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