Hallazgo

En un hospital, una mañana cualquiera.
¡Qué maravilla! Miren, miren nada más. Estas características no tienen precedentes decía un hombre de cabello cano, vestido con una bata de médico y con lentes de montura muy gruesa que delataban su avanzada hipermetriopía, ¿o me equivoco? Miren, pero miren nada más. ¡Qué cosa más fascinante!
Ciertamente no deja de ser muy interesante, aunque tampoco niego que es perturbador y parece totalmente ajeno a la realidad añadía otro hombre de bata blanca, más delgado y joven que el primero; sin embargo, es evidente que para una persona como usted, profesor, que dedica su vida a estudiar los fenómenos más extraordinarios y rebuscados que se presentan en la morfología humana, esto es todo un gran descubrimiento.
Tiene usted absolutamente toda la razón, joven respondió en tono bajo y bien calculado. No debemos perder tiempo. ¡Llame a todo doctor e investigador del departamento, así esté disponible o no, para realizar una junta extraordinaria al instante! ¡Esto debe ser anunciado a los cuatro vientos! exclamó ahora como si fuera el capitán de un barco que está a punto de irse a pique ¡Que no quede sin enterarse persona alguna que pueda interesarse en semejante hallazgo!
Casi enseguida, fuera del consultorio todo era un ir y venir de mujeres muy simpáticas vestidas de rosado con gorritos que parecían pequeños barcos de papel mal hechos. Nadie estaba quieto o sin hacer algo entre todas esas batas blancas y pijamas rosadas que flotaban de un lado a otro; absolutamente todo el mundo se encargaba de alguna tarea: hacer llamadas por teléfono, llenar y revisar planillas, tomar café desesperadamente, correr en círculos, hacer sentadillas en cuatro series de diez repeticiones, entre otras tareas de suma importancia para el momento. Todos, todos hacían algo, excepto una persona. Dentro del consultorio, donde se encontraba el origen de tal conmoción, no había movimiento ni sonido alguno. Simplemente una mujer hermosa, de apariencia absolutamente angelical, sentada en una camilla; la única anomalía que podía percibirse, y que sin duda era la principal causa para tanto revuelo, era un libro abierto que no se desprendía de su mano y que ella observaba fijamente sin prestar atención a nada más.

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