El Cliente



I
Lo mejor era cremarlo, no quedaba duda. Después del daño que había recibido era inútil enterrarlo, no había un cuerpo entero para enterrar, sólo partes, acaso fibras y, por supuesto, la cabeza; este es de los pocos casos en los que no se pierde la cabeza —aunque, de alguna manera, esa ya la había perdido hace tiempo.
Como podrán notar les hablo de un muerto. En realidad les hablo de una cremación, pero hablar de algo así supone inmediatamente la presencia de alguien muerto. Se llamaba Fabrizio, tenía treinta años y nadie esperaba que terminara así.

II
El gris plomo lo excitaba, no había otra manera de explicar el empeño que ponía al frotar con esa pomada y el fino lienzo especial aquel borde de la carrocería. El sol del mediodía hacía ver la máquina como una punta de flecha inglesa. Pero sólo pensar eso era una ofensa para Fabrizio. Esto es un Lamborghini, esto es Italia hecha toro, hecha ruedas pegadas a un asfalto que no es digno de ser andado por tal perfección de la ingeniería mecánica; una obra de arte, una pieza hecha a mano, parte por parte, ensamblada exclusivamente para él, un automóvil que apenas un centenar de personas en todo el mundo se daba el lujo de obtener. Fabrizio pasaba aquel domingo sacando brillo a cada borde. El miércoles iría a la montaña y probaría el trote de aquella belleza. Deseaba morder el asfalto.

III
Era el sexto mes de ensamblaje en la fábrica de Sant’ Agata Bolognese; el trabajo estaba casi terminado. El motor estaba armado sobre una mesa con soportes que lo mantenían suspendido en un ángulo perfecto que no debía ser alterado y en el cual debía ser acoplado a la parte trasera del auto. Valentino se encargaba de las características puertas de tijera —no se imaginan la ironía que esconde ese nombre—; usaba una máquina color naranja que con un brazo hidráulico sostenía la puerta en diferentes ángulos que Valentino iba tallando para dar el corte exacto de las líneas laterales del Lamborghini Murciélago. Pasó una semana entera trabajando en una sola puerta, una vez terminadas ambas se dispuso a realizar el trabajo de pintura. El cliente había escogido una inusual combinación que finalmente daba como resultado un gris plomo, común a simple vista, pero que dependiendo del ángulo del que le llegara la luz se hacía más claro o más oscuro, hasta cromado, en sus diferentes perfiles; una genialidad por parte del cliente, un reto para Valentino.
La primera puerta tomó dos semanas y media, y cinco capas de pintura bajo distintas técnicas de secado y aplicación de la pintura. Valentino estaba más que satisfecho, ya podía imaginar el resultado final, la instalación de las puertas y la aplicación de las dos capas de pintura finales sobre toda la carrocería para emparejar el efecto. Cuando empezó a trabajar con la segunda puerta, la que va del lado del piloto, sintió un fuerte dolor de cabeza, no le prestó mayor atención y continuó con su trabajo. Todo iba bien, hasta que después de una recarga del atomizador de pintura notó una extensa y extraña mancha cobriza en la puerta, pensó que había cometido algún error en la mezcla y empezó a aplicar la pintura. Mientras más aplicaba más extraña se hacía la mancha, se hacía más clara, adquiría un tono rojizo, se esparcía, salpicaba después de explotar como lo haría un globo lleno de pintura, se extendía ahora por el suelo y Valentino pudo ver que sus guantes estaban llenos de sangre, se los quitó y sus dedos no estaban completos, los pocos que tenía estaban desfigurados; gritó como nunca, el horror de su rostro se dibujaba en el reflejo de aquella mancha sangrienta que explotaba por todas partes y que empezaba a expeler un fuerte olor a óxido. Valentino tomó su cabeza con ambas manos, abrió de nuevo los ojos, con miedo, y vio vísceras colgando del borde de la ventana de la puerta y junto a él un hombre joven, apuesto, con la mitad inferior del cuerpo cercenada.

IV
Valentino fue hallado desmayado en el cuarto de pintura. Se le dio una licencia de 3 meses y luego de eso volvió al trabajo. A su regreso preguntó por el auto que estaba pintando el día del incidente. Le dijeron que había sido entregado a su afortunado dueño, un joven italiano, heredero de una absurda fortuna, que llevaba dos años en lista de espera, Fabrizio Balboni, otro feliz cliente. 

Fotografía: 'Dark Road' por Latyrx

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