Así fue


Los primeros signos de locura llegaron cuando supimos que al otro día no tendríamos nada que comer. Por primera vez en todos esos años la vi extasiada en su propia imagen reflejada en una cuchara. Verse de cabeza le debía producir una sensación de verdadero reconocimiento después de verse toda la vida derecha, peinada y rolliza. Yo, en cambio, no sabía qué pensar. Había agotado mi suerte comprando un último billete de lotería del cual acababan de anunciar los números, todos en combinaciones tan lejanas de los elegidos por mí que daban ganas de llorar. ¿Cómo era posible esa suerte? Pero así fue.

Cuando despertamos al día siguiente el perro no estaba a nuestros pies sobre la cama. Y eso me pareció un alivio por un momento porque él ya llevaba una semana sin comer. Entonces giré en busca de ella para darle un abrazo y la vi sentada en la cama mirando la cuchara, mirándose en la cuchara, de cabeza, fría y serena como una fruta que se sabe madura y lista para caer.

Luego de contemplarla por unos minutos y preguntarme qué podría hacerla salir de ese letargo, me moví hacia el borde de la cama y busqué mis zapatos. No estaban. Pero casi de inmediato me sentí aliviado porque tampoco tenía pies donde calzarlos, y eso estaba bien. Quise acostarme de nuevo y arroparme ya que hacía mucho frío, pero no tenía manos, y quise ver mi cuerpo pero estaba inmóvil con mis ojos atrapados en una cabeza sobre una almohada. Quise entonces mirar a mi mujer y preguntarle qué pasaba. Pero estaba de cabeza frente a mí con la mirada perdida. Qué daría por besarla y decirle cuánto la amaba. Era evidente que no podría hacerlo, que ya nada sería posible si lo que alguna vez fui ahora era solo una masa perdida y retazos que nadaban dentro de ella. Así fue.


Imagen: Une paire de chaussures
Van Gogh.

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