Muñeca de sabores

Ella solía tener una muñeca que perfectamente cabía entre sus manos y tenía su mismo color de piel. Pero su fascinación por el juguete no iba ligada solamente a esos dos detalles sino, más bien, al momento y a las circunstancias en las que lo encontró.
            Siendo aún Ella muy normal, pasando su infancia corrientemente, como cualquier niño de esos que juegan al aire libre y se esconden en inmensas cajas de cartón para imaginar que viven en un palacio medieval, que pilotean un cohete o, sencillamente, viven ya en su casa propia, con sus propias tazas de té, su propia silla y su propia mesita. Sus visitas al patio trasero de la casa eran constantes, aquél era su mundito perfecto donde todo funcionaba como ella quería. En un día muy soleado quiso esconderse bajo unos arbustos muy espesos, sus manos la arrastraron gateando entre las densas ramas y se tropezaron con la pequeña muñeca. ¿Cómo había llegado ahí? Eso poco le importó; después del primer minuto en sus manos ya le pertenecía. Pronto se convirtió en su juguete predilecto, no lo abandonaba por ningún motivo; podía durar horas bajo los arbustos o bajo la mesa del comedor o detrás de la mesa del televisor jugando con su curiosa muñeca.
            Después de varias semanas de juego exhaustivo, Ella sintió que había agotado todo su universo de posibilidades para jugar, que no encontraba nada nuevo en su muñeca. Bajo la comodidad del escritorio de la casa se quedó observándola por varios minutos y decidió pasarle la lengua por la cabeza; en ese instante su boca se llenó de sabor, de dulce, de ácido, ¡de frío!
            —Hoy me sabes a kiwi con albaricoque —decía con una sonrisa malcriada.
            —Hoy vas a tener sabor a chicle con chocolate y avellanas.
            —Hoy sabes a mandarina con ¡arequipe!
            —Hoy sabes a…, a… ¡sencillamente sabes demasiado bueno! ¡La la la! —casi gritaba de felicidad.
            Así gastó varias semanas escondida detrás de todos los muebles de su casa degustando, disfrutando, secretamente del arcoíris de sabores que se apiñaban en su lengua al pasarla lenta y concienzudamente por toda la cabeza de la muñeca. Nunca antes sintió tener algo tan especial en sus manos, nunca se sintió tan afortunada.
            Sin embargo, los días siguieron pasando y Ella entendió que casi tenía un tesoro en sus manos. Pensó que sería la envidia de todos si la vieran con su muñeca de sabores. Se decidió a salir. Habían pasado meses desde su última salida a la calle. El sol no le agradaba, siempre sentía que se derretía si se quedaba mucho tiempo afuera. Pero esto merecía la pena; se armó de valor y fue con su muñeca al parque. Ese día sabía a frutas tropicales con chispas de colores. Paseó por largo rato mirando a todas partes pero el parque parecía desierto, hasta que vio a lo lejos, en todo el centro del parque, una gran aglomeración. Se acercó corriendo para que todos pudieran ver su gran tesoro, ¡su juguete único y especial…! Pero…

… de repente, ya no era tan especial.

Comentarios

  1. Grotesco... Me recordó una canción:

    "Y estaré allí donde ya nada vale nada
    hasta que algún día una dulce gitanilla,
    con mocos y pecas en la cara,
    limpie con su manga grasienta
    la suciedad que la sociedad pegó a mi alma;
    y volveré a ser un juguete reluciente de amor y de alegría."

    Saludos Javi ;)

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